u ambición era desmesurada: siempre soñó, siempre quiso, ser la estrella más grande del mundo. Y lo consiguió. La desmesura, es posible, sea una de las marcas de los grandes logros. Sin ella no hay gloria. Es, claro, también la causante de fracasos estrepitosos, de caídas dolorosas. Y también el origen de conductas estrambóticas, de la pérdida de contacto con la realidad.
Michael Jackson es un caso paradigmático. Simon Reynolds dice que en algún momento su reinado del pop se convirtió en un totalitarismo kitsch y da como ejemplo la construcción de nueve estatuas gigantes en diversas ciudades europeas en ocasión del lanzamiento de History o el uso de uniformes militares que lo hacían más parecido a Gaddafi que a un cantante popular.
Mientras se convertía en el artista más vendido de su tiempo, Jackson se transformaba. La gente que lo había acompañado en su carrera hasta Thriller no estaba más. Sus excentricidades se convirtieron en algo más peligroso. Primero fueron las cirugías. Ese joven con una simpatía natural se convirtió en el hombre de plástico, sin facciones (y literalmente sin nariz). Luego sus gastos, los problemas económicos; también los errores en la carrera, la búsqueda desesperada, estéril por superar Thriller, yendo tras el gusto del público (aunque lo que hoy se perciben como discos no tan exitosos vendieron treinta millones de copias, como Bad y Dangerous); luego los falsos matrimonios, los hijos diseñados; y, por supuesto, los delitos aberrantes, los abusos a menores.
La metamorfosis de Michael
Dentro de ese panorama, el aspecto que más llamaba la atención y que provocaba mayores comentarios fueron sus cambios físicos. Hoy Michael Jackson hubiera cumplido 64 años. Nadie puede asegurar cómo se vería. Es imposible predecir cuál hubiera sido la progresión de su metamorfosis.
Las intervenciones estéticas, la desaparición de la nariz, la barbilla que se cincelaba mes a mes. Y, por supuesto, el cambio de color en la piel. Su progresiva palidez, su emblanquecimiento, fue motivo de rumores y juicios durante años.
En septiembre del 2001, Michael se presentó en el Madison Square Garden celebrando sus 30 años como solista. El ataque a las Torres Gemelas lo encontró en Nueva York. Dos de sus invitados especiales fueron Elizabeth Taylor y Marlon Brando, otros dos personajes de estatura mitológica en el mundo del espectáculo. Apenas se produjo el impacto del segundo avión, alguien llamó a Jackson y le informó que Estados Unidos estaba bajo ataque. El cantante pensó que una celebridad como él era un objetivo posible. Intentó salir de Nueva York. Pretendía utilizar un avión privado pero le informaron que eso era imposible: el cielo estaba cerrado.
Por la televisión llegaban las imágenes de la tragedia. El horror se apoderó de la población. Al principio no se entendía qué pasaba. Era como una película catástrofe pero ocurriendo a pocas cuadras de allí. Se sucedían los atentados, parecía el inicio del fin. En Nueva York esa sensación fue mucho peor. Las sirenas, el polvo, el humo, el hedor y la desesperación.
Las tres estrellas seguían los acontecimientos por televisión. Todo el dinero del mundo, el poder, las influencias y la fama, no les aseguran estar resguardados en ese momento. La paranoia de los tres, muy musculosa, alcanza en esas horas límites estratosféricos. Ni siquiera se acercaban a la ventana. Luego de unas pocas cavilaciones decidieron emprender una fuga. La fuga más extraña de todos los tiempos.
El Rey del Pop, puso el auto y el chofer. Pasó a buscar a los otros dos por sus hoteles. Querían salir de Nueva York a toda costa. Ir a un lugar seguro, si es que existiera (por esas horas todo era incertidumbre). Decidieron refugiarse en Neverland.
Así fue como Michael Jackson, Elizabeth Taylor y Marlon Brando se alejaron del desastre en limousine. Hay quienes desmienten la existencia de este viaje, de esta pierna de personajes míticos tratando de resguardarse. Otros prefieren creer. Esta historia merece ser cierta. Tiene algún ingrediente más. Brando a cada rato pedía parar. La próstata lo traicionaba y su estómago lo exigía. Cada uno cientos de kilómetros necesitaba comer algo. En cada parada bajaban los tres a estirar las piernas. Los empleados de algún Kentucky Fried Chicken perdido en una ruta provincial o de algún MacDonald de un pueblo alejado del ruido nunca olvidarán el momento en que estos mitos estrafalarios (Jackson y su aspecto extraño, Brando y su gordura, Taylor y sus pelos parados y ese garbo fuera de época) ingresaron al local casi vacío en el que los pocos que estaban (empleados y clientes) sólo prestaban atención a lo que decían la radio y los canales de noticias.
Hace unos años, alguien hizo lo inevitable. Llevó a la pantalla este episodio. Como es incierto cómo sucedieron los hechos, se convirtió en un capítulo de una serie que se llamó Urban Myths, Mitos Urbanos.
Brian Cox, el actor que después triunfó con Succession interpretó a Marlon y Stockard Channing a Liz Taylor. El parecido físico que se logró a través de la caracterización fue notable. La polémica se produjo por el elegido para hacer de Michael: el actor inglés Joseph Fiennes. Cuando alguien expresó una queja los productores dijeron que, el Michael del Siglo XXI sin duda tenía la piel blanca.
Las polémicas y las acusaciones de Whitewashing (cuando un actor blanco interpreta a alguien de otra raza) escalaron a toda velocidad. Tanto que el capítulo no fue emitido.
Cuando les reclamaban que a Michael lo debía interpretar un afroamericano, los responsables de la serie sostenían que el Michael que ellos retrataban no parecía afroamericano, que no tenía ni el color ni los rasgos característicos.
Hubo quienes sostuvieron y explicaron que la raza no sólo tiene que ver con el color de la piel de alguien.
Michael Jackson, en la TV
En 1993, cuando ya Michael daba muy escasas entrevistas, se sentó frente a Oprah Winfrey. Allí respondió algunas preguntas molestas. Uno de ellas fue sobre uno de los temas que más preocupaban al público: ¿Por qué su piel se aclaraba cada vez más? ¿Renegaba de su condición de afroamericano?
Jackson con su voz aguda, cambió su habitual tono sereno e irreal. Las palabras vibraban en su garganta, por la necesidad de ser contundente. O porque sabía que su respuesta era más que eso. Era un statement: “Soy afroamericano. Estoy orgulloso de serlo. Estoy orgullosos de mi raza. Estoy orgulloso de ser quien soy”. Y después contó por primera vez que tenía una enfermedad en la piel que afectaba su color: vitíligo.
El vitíligo es una condición que produce la decoloración progresiva de la piel. La despigmentación empieza primero como unas pequeñas manchas que pueden aparecer en cualquier parte del cuerpo aunque suele hacerlo en la cara, el cuello o las manos. Esas manchas blancas aparecen en el resto del cuerpo y se van ampliando.
La declaración de Jackson fue vista en su momento como una excusa, tan solo como una coartada para justificar una más de sus transformaciones físicas.
Su apariencia se había modificado tanto y sus excentricidades eran tan abundantes que la gran mayoría del público no creyó en su palabra. Alguien dijo que en realidad se trataba de una excusa, sofisticada eso sí, para justificar su metamorfosis.
Pepsi había imaginado un aviso publicitario en el que aparecía un Michael a los 8 años de edad. Corrieron rumores de que para el papel Michael había elegido a un niño blanco. Tuvo que salir a desmentirlo. Dijo que él color de su piel cuando tenía 8 años era oscuro.
Oprah Winfrey, años después de la muerte de Jackson, dijo que ese día le llamó la atención el color de las manos: parecían traslúcidas. Quincy Jones lo criticó por cambiar su color de piel, por querer alejarse de su raza.
Todo en el mundo Jackson se había vuelto extraño desde el suceso de Thriller. Se había convertido en el Rey del Pop. El disco más vendido de la historia, récords de hits, sus videos en cada pantalla televisiva y el Moonwalking, el paso de baile irreal.
En la tapa de Thriller su nariz se había afinado pero seguía siendo una nariz.
En 1987 salió Bad, el sucesor de Thriller. Jackson iba por todo. No quería igualar las ventas del disco anterior. Quería superarlas. El objetivo era llegar a los 100 millones de copias. Bad fue un éxito. El segundo disco más vendido de la historia hasta ese momento. Pero no alcanzó. Él lo vivió como un fracaso porque no logró sus objetivos previos, porque no sobrepasó su propia obra.
A esa altura ya a nadie le quedaba dudas que Michael tenía conductas extrañas, muy poco habituales. Los romances que cada tanto le adjudicaban eran poco creíbles. Se lo veía acompañado por niños, su mujer amigo era el mono Bubbles. Obligaba a sus entrevistadores a jugar con una boa gigante, Neverland y el hogar convertido en un parque de diversiones, la reclusión cada vez más absoluta.
Todo eso era acompañado por un cambio físico notable. Y su empalidecimiento progresivo.
En 8 años, los que iban desde el lanzamiento del notable Off The Wall a la aparición de Bad, su cara y su piel habían mutado.
Después todo empeoró. Los delirios de grandeza, la venta de discos decreció (aunque siempre las cantidades fueron monstruosas: sólo parecían magras en la escala Jackson, sólo si se las comparaba con el fenómeno irreproducible de Thriller), el comportamiento estrambótico, las denuncias por pedofilia, los juicios, los testimonios estremecedores de las víctimas.
Cuando preparaba su comeback con una serie de recitales en Londres, murió a los 50 años. Se supo del abuso de los medicamentos prescriptos por un médico complaciente y muy por debajo de las posibilidades de su paciente, y del frágil estado físico y mental del cantante.
Tanto la revisión de su hogar por parte de la policía tras el deceso como la autopsia aportaron información que permitió dilucidar qué había ocurrido en realidad con la piel de Michael Jackson, cuál había sido la causa del decoloramiento.
En algunas fotos de sus últimos años, tanto en sus brazos como en su pecho, se pueden observar algunas manchas en la piel que muestran la falta de pigmentación.
En Neverland los investigadores encontraron Hidroquinona y Benoquin. Dos cremas dermatológicas que se le prescriben a los pacientes con vitíligo. Esas cremas producen que la piel pierde su color natural para lograr que todo la superficie del cuerpo adquiera la misma tonalidad. Reconocidos dermatólogos afirman que las cremas no causan efecto en cualquier persona sino sólo en quienes sufren de vitíligo. Otro hallazgo fue el de una serie de protectores solares muy potentes que se prescriben sólo a los pacientes con esa condición. La ausencia de melanina no provoca nada más la pérdida del color sino que desprotege la superficie dérmica a la que los rayos del sol pueden lastimar severamente. Por eso, se necesita de protección extra.
Como si estos hallazgos no fueran suficientes, la autopsia confirmó el vitíligo. Los forenses incorporaron en su informe un apartado en el que se establece con claridad la enfermedad dermatológica. Afirmaron que en su cuerpo había pequeños parches de piel más oscura, en especial en los brazos y el pecho. El análisis de la piel en el laboratorio demostró la escasa cantidad de melanocitos (las células que contienen la melanina) y la despigmentación.
Existe un tratamiento para el vitiligo que permite la recoloración de la piel. Pero no siempre funciona. Incluye medicación (con algunos efectos colaterales que pueden ser graves), sesiones de rayos ultravioletas y cremas especiales. Pero cuando las manchas avanzan o no funciona lo prescripto, muchos pacientes realizan el tratamiento inverso, el de la decoloración. Eso permite que toda la piel vaya perdiendo el color, pero también que quede pareja, sin manchas.
Los médicos hablan de los problemas psicológicos que tienen varios de sus pacientes por la modificación de su apariencia, por la falta de comprensión de la gente que trata con ellos. Ese efecto puede ser todavía peor para una figura pública, para alguien que trabaja con su imagen. No hace falta imaginar demasiado cómo puede haber afectado en este aspecto a Michael Jackson, siempre obsesionado con su apariencia.
Los dermatólogos consultados no dudan en afirmar que el cantante padecía vitiligo y que realizó diferentes tratamientos para conseguir que su piel tuviera una sola tonalidad, para decolorarse.
El vitiligo elimina el color de la piel pero eso proceso lleva años y muchas veces ni siquiera es completo. Por eso se supone que Jackson aceleró los tiempos con tratamientos intensivos. El Benoquin puede lograr la uniformidad en un año. Mientras que la pérdida del color natural puede estirarse por décadas.
El cambio de color en la piel de Michael Jackson no fue consecuencia de su vida excéntrica, de su mente extraviada por el éxito fuera de escala; no tuvo nada que ver con sus delitos, ni con el haber renegado de su raza, ni con el deseo de ser blanco.